jueves, 11 de octubre de 2018

Sobre Ejercicios de Suelo de Atilio Doreste


Sobre la exposición Ejercicios de Suelo, de Atilio Doreste.

No se conoce con exactitud el origen del término arte sonoro, pero uno de los primeros lugares donde se empleó y ha quedado documentado como tal, fue en la muestra de arte sonoro Sound Art en New York en 1983. Por lo que esta disciplina es bastante joven, y al igual que todo el arte contemporáneo en general, su propuesta y desarrollo, suele ir por delante del análisis académico. Sin embargo, este no está exento de antecedentes, a pesar de su relativa bisoñez. 

Algunos autores califican El Arte de los Ruidos, del futurista Luigi Russolo, como el referente más antiguo del arte sonoro, seguido por el Tratado de Los Objetos Musicales de Pierre Schaeffer y Silence de John Cage. La música concreta de Schaeffer, cuya base se sustenta en la tecnología de la grabación y manipulación de sonidos en cinta magnética, constituye una referencia importante para este movimiento artístico. El desarrollo de la tecnología informática, no ha hecho sino ofrecer más posibilidades de creación para los artistas. El Manifiesto Futurista de Luigi Russolo, nos puede parecer simple en nuestros días, utilizar los ruidos en la música al mismo nivel que los antiguos timbres de la orquesta, es una exaltación futurista de los sonidos industriales. John Cage escribe en su libro Silence, que el término música, debería ser cambiado por el de Organización del Sonido. Este cambio conceptual, a pesar de su aparente simplicidad, ha constituido una auténtica revolución.

Parece existir una cierta permeabilidad entre la composición musical y el arte plástico. La naciente disidencia existente en los compositores sobre los años 70, en contra de la música tradicional, propició la inclusión de los mismos en el arte sonoro. La utilización de lo sonoro por los artistas plásticos, les lleva a relacionar el sonido y el aspecto visual como una realidad perceptiva dialéctica o complementaria, que se remite a un planteamiento poético más que musical, tal como José Iges sugiere. Un claro ejemplo de la disidencia nombrada anteriormente por parte los compositores, lo constituye la obra de Cornelius Cardew. Compositor de formación clásica, Cardew abandona la academia tradicional, para ir a trabajar de ayudante con Karlheinz Stockhausen. Allí encuentra la misma rigidez que en las instituciones, por lo que abandona el trabajo con Stockhausen, y a partir de ahí empieza a trabajar en composiciones experimentales y en la improvisación. Una de sus obras más importante es Treatrise, un compendio de partituras gráficas. Creo personalmente que Teatrise, es una metáfora que nos dice "aquí está toda la música", en paralelo al doce factorial de sus predecesores dodecafonistas.

La improvisación libre no idiomática, y aquí llegamos a hablar sobre la obra de Atilio Doreste, se ha calificado por algunas autores incluida dentro del arte sonoro, cuestión de la que discrepo. La improvisación libre tiene una historia totalmente diferenciada del arte sonoro, y sus fuentes siempre han sido musicales, sea el jazz, la música contemporánea o la electroacústica. A pesar de esto, la improvisación libre ha servido y sigue sirviendo para generar material sonoro, como en el caso de Cornelius Cardew, y el de nuestro protagonista, el autor de ejercicios de suelo.


Atilio Doreste realiza un trabajo paralelo y permeable hacia sus piezas de arte sonoro, en la improvisación libre no idiomática. Para ello utiliza objetos, la voz y últimamente, la síntesis analógica. Sus intervenciones en el espacio y el paisaje, tienen a mi parecer una relación importante con la improvisación, al igual que su trabajo con la voz está relacionado con la poesía sonora. Esta disciplina,  deja a un lado el significado y se centra en el significante del sonido de la voz. Un antecedente claro es el famoso Ursonate de Kurt Schwitters, y en la actualidad el trabajo de Phil Milton es ampliamente conocido.


La conexión de nuestro artista con el mundo de la improvisación no idiomática, queda patente si revisamos su trabajo con gran cantidad de improvisadores, como Paul Pignon, Javier Piñango, Luis Tabuenca, Liisa Pentti, Yumiko Yoshimoto, Girilal Baars, Blanca Regina y con el grupo Six Ensemble por ejemplo.
Pero la característica más importante de la improvisación, es conocer el valor del momento, la de estar en el presente, característica esta que Atilio Doreste maneja a la perfección en sus intervenciones en el paisaje
.
Manuel Rocha ha escrito que el arte sonoro es sobre todo, escultura sonora, instalación sonora y obras intermedia en las que el sonido es el elemento principal. La instalación sonora se convierte en disciplina expandida cuando a esta se le añade el sonido. Este le da una nueva percepción temporal al espacio. La importancia de este concepto queda demostrada con la obra de Alvin Lucier, I´m Sitting In The Room, en la que tras sucesivas reproducciones y grabaciones de un texto en una habitación cualquiera, la voz desaparece por completo y solo quedan las resonancias de ese espacio.

Ejercicios de Suelo es básicamente una instalación sonora. El autor de esta obra,  se califica ante todo como un artista plástico, hecho lógico si tenemos en cuenta su formación y su devenir académico. A pesar de esto utiliza el sonido en esta instalación, con ese vector poético-estético inherente a los artistas plásticos, yo diría que en un tándem equilibrado al cincuenta por ciento con el vector visual.

Todo en Ejercicios de Suelo, nos refiere a procesos de ida y vuelta entre la intervención del paisaje, a sonidos congelados y al taller de un artista tradicional. Explosiones de fuegos artificiales, definen la formación de objetos en la arcilla, el humo de bengalas imprime procesos bellamente estocásticos en el papel, impresiones del suelo con pasta de papel, son modificadas con óleo inyectado con mangas pasteleras, lo que les confiere a estas impresiones, un aspecto de dioramas paisajísticos.

Otras impresiones más pequeñas, se convierten en arácfonos, tras montarlos en una base de alambre de bronce con un pequeño altavoz en su base. 150 Kilos de callados de playa se nos muestran introducidos en unas jaulas con rigidez escultórica, mientras sus altavoces incorporados, nos invitan a pensar en el paso del tiempo dirigidos por el sonido de pasos en esos mismos callados. Otras jaulas, llenas de hojas de eucaliptus secas, cuelgan del techo como trofeos de una intervención anterior, recogiendo las hojas con un rastrillo en el bosque.

Los objetos de arcilla anteriormente nombrados, se encierran en unas urnas de cristal con sus respectivos altavoces, en una base de piedras blancas. El sonido parte de una instalación multicanal, montada en un bucle de quince minutos que se repite continuamente. Para cualquier observador atento, los sonidos envuelven el espacio con sutileza y coherencia, nos llevan directamente a los procesos utilizados y al mismo tiempo conforman una abstracción en si mismos. 

Ejercicios de Suelo, es un trabajo de largo recorrido, con gran atención al detalle y con una poética sutil y clara. A pesar de estar realizado utilizando moderna tecnología, en cada una de sus esquinas se define el trabajo manual y el esfuerzo.

El autor, según sus propias palabras,  enfoca este trabajo desde una perspectiva sensorial ante lo completo y la representación. Hay una resonancia entre los diferentes niveles de manifestación. Resulta interesante cuando se suprime uno de estos niveles, separar el sonido de la imagen o viceversa. Esto es así, porque Doreste trabaja la experiencia del paisaje y a veces está centrado en lo sonoro y otras veces en lo visual, aunque el resultado de la pieza contenga todo el espectro.

Platón definió el arte como una necesidad de repetir el mundo. Es posible que el objetivo de Atilio Doreste sea el de representar ese intangible.


José Guillén

El Sauzal, octubre de 2018


















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